Otro modelo es posible: oportunidades y equidad para las familias campesinas
7/11/2024
La brecha entre el campo y la ciudad y entre mujeres y hombres crece en Ecuador. La incidencia de la pobreza es amplísima y las familias campesinas, productoras del 70 % de los alimentos que se consumen en el país, no tienen garantizadas condiciones de vida dignas ni ingresos suficientes.
La producción campesina
Las familias que cultivan y comercializan alimentos como principal medio de vida son relegadas en Ecuador a abastecer de materia prima y mano de obra barata a los mercados urbanos. Esta situación se da en una sociedad patriarcal en la que las mujeres asumen la mayor parte de las tareas productivas y casi la totalidad de las responsabilidades domésticas y de cuidado, que no son valoradas ni remuneradas.
La producción campesina tampoco es apreciada en los mercados ni es una prioridad en las políticas públicas, más inclinadas a favorecer intereses económicos de grandes agroindustrias que a criterios de solidaridad y justicia. Asimismo, la lógica mercantil imperante en las ciudades ha expandido un modo de vida caracterizado por hábitos de consumo cada vez más insostenibles.
Juntas y organizadas para una vida más justa y sostenible
¿Qué podemos hacer para garantizar condiciones de vida digna para las mayorías sociales? Es necesario ponernos de acuerdo para construir a un modelo alternativo de vida y un desarrollo local sostenible y fundamentado en relaciones justas.
Con ese objetivo trabajaron, desde 2019, Fundación Maquita y Manos Unidas, con el apoyo de la AECID, proponiendo alternativas innovadoras a mujeres campesinas, afrodescendientes y montubias de la costa e indígenas de la sierra ecuatoriana.
Las mujeres y sus familias han mejorado sus fincas donde cultivan alimentos saludables, cuidando y respetando los ciclos naturales y reduciendo el uso de agroquímicos. Juntas y organizadas han impulsado emprendimientos para elaborar productos derivados de sus cultivos, como quesos, chocolates o mermeladas de frutas.
A la vez, han mejorado su posición en la familia y en la sociedad y su capacidad para exigir derechos históricamente vulnerados. Juana Benítez, de Calpi, lo tiene claro:
«Las mujeres hacemos política dentro y fuera de la casa, en el campo y en la ciudad; es necesario estar en los espacios de poder que por años nos han excluido».
Una estrategia para favorecer la igualdad de género son los talleres formativos para que mujeres y hombres conozcan y apliquen sus derechos. Abel Apugllón, uno de los participantes, resume así su experiencia:
«Por mucho tiempo nos enseñaron a no sentir, a no llorar, a ser duros, a creer que todo lo podemos poseer y no importaba si era a la fuerza. Qué dolor tan grande le hicimos a la humanidad. Aún podemos sanar esas heridas y recordar nuestra verdadera naturaleza. La masculinidad no es poder; la masculinidad es protección, amor, respeto, solidaridad. Hoy comprendemos que somos iguales en derechos».
Las mujeres participantes se han formado para hablar en público, compartir conocimientos y han elaborado, junto a instituciones públicas locales, políticas de igualdad y de economía solidaria orientadas a la sostenibilidad de la vida rural y el cuidado del planeta.
Otro modelo es posible
Foto: Josep Vecino
Con nuestro consumo responsable podemos cuidar el medio ambiente e incidir en las condiciones de vida de las familias campesinas. En ferias locales organizadas en distintos lugares del país, las familias pueden intercambiar, promocionar y comercializar productos agroecológicos y de comercio justo.
Es un camino largo y lleno de dificultades, pero lograr una sociedad verdaderamente justa en la que mujeres y hombres, en las ciudades y en el campo, obtengan iguales beneficios y disfruten de iguales derechos, bien merece el esfuerzo.
Texto: Estíbaliz Taboas y Miguel Carballo. Manos Unidas.